Palas Atenea, dicha más tarde Minerva, la Virgen, la Diosa de los brillantes y resplandecientes ojos, Glaucopis, de mirada viva y penetrante, como la mirada de las pequeñas lechuzas, con las que custodia durante la noche la Acrópolis, en cuyo Partenón se atrevió Fidias a esculpirla; la que había nacido de la propia cabeza de Zeus, con el hacha de bronce de Vulcano por partera; la que dio a la ciudad de Atenas el olivo como símbolo de la paz, frente al corcel guerrero de Neptuno; y ante cuya belleza el veloz Helios detuvo los ligeros corceles de su carro de fuego; la que inventó la flauta y la danza; la Diosa de la Guerra, a quien dedican el gallo, ave animosa y peleadora; y, por tanto, protectora de la Paz, de la Filosofía y de las Artes, apartó un día a la sofista corneja de su compañía, para evitar que los hombres pudieran confundir la parlería con la sabiduría, y decidió adoptar a la callada y observadora lechuza como numen suyo.
Con el cristianismo la Virgen Minerva se transformó en la Virgen María, pero las lechuzas no se enteraron de esos matices teológicos, pues no cambió el magnífico aceite de oliva de las lámparas de sus altares, cada vez más numerosos: «y se bebía el aceite de las lámparas como lechuza» (Francisco Narváez de Velilla, Diálogo intitulado el capón, 1597), «como lechuza infernal, cebándose en el aceite y sustancia de los prójimos» (Francisco de Luque Fajardo, Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, 1603), «y que en Dios y en su conciencia no podía ser otra la lechuza que chupaba el aceite de aquellas lámparas» (José Francisco de Isla, Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas alias Zotes, 1758) hasta el razonamiento de la lechuza de la fábula: «Lámpara, ¡con qué deleite te chupara yo el aceite, si tu luz no me ofendiera! Mas ya que ahora no puedo, porque estás bien atizada, si otra vez te hallo apagada, sabré, perdiéndote el miedo, darme una buena panzada.» (Tomás de Iriarte, Fábulas literarias, 1782).
Cuando el descubrimiento y romanización de América los españoles se fueron encontrando muchas cosas que les eran desconocidas, pero que fueron describiendo, como es natural, por analogía a las que les resultaban familiares. Y aunque había muchas especies de lechuzas en América que eran desconocidas de griegos, romanos y cristianos, véase cómo el adulterio de Atenea con Zeus, o las supersticiones atribuidas a las lechuzas en el viejo mundo, fueron enseguida detectadas hasta en los dioses precolombinos.
Pero fue un filósofo idealista alemán, Guillermo Federico Hegel, quienal final del prefacio a su Filosofía del Derecho, recuperó del olvido a la lechuza de Minerva, aunque fuera al penoso precio de convertirla en triste y manido lugar común de comentaristas, articulistas y profesores de filosofía. Parece que Hegel no andaba muy fino al distinguir entre aves nocturnas, y escribió «Eule der Minerva», y no «Kauz der Minerva» o el más preciso «Steinkauz der Minerva». En la lengua de los alemanes eule es un genérico poco preciso (como lo es owl en la lengua inglesa), que se aplica de manera difusa a rapaces nocturnas. Aunque no es difícil entender el error de tales traductores, a juzgar por la forma como gustan castigar el idioma. Léanse estas cuatro variantes, realmente existentes, de la famosa frase de Hegel: «Cuando la filosofía pinta el claroscuro ya un aspecto de la vida ha envejecido. Y en la penumbra no lo podemos rejuvenecer, sólo lo podemos reconocer. El búho de Minerva sólo emprende el vuelo a la caída de la noche».
La lechuza de Minerva es símbolo de muchas entidades que quieren tener o tienen relación con la filosofía: sociedades, congresos, revistas, editoriales, la editorial fundada por José Ortega y Gasset, durante el auge del nazismo: abandonaron aquellos filósofos españoles la imagen de la lechuza, que habían calcado del tetradracma griego dedicado a Minerva, para incorporar como logotipo un búho alemán, de vanguardista factura cubista y germánica.) La filosofía de tradición helénica no tiene nada que ver con el búho. Y aunque en los símbolos apócrifos se resalten grandes y brillantes ojos, si sobre la cabeza del numen sobresalen cuernecillos, podrá tratarse de un búho, pero jamás de una lechuza de Minerva.
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